jueves, 29 de diciembre de 2011

Los movimientos buscarán ir más allá de las calles en 2012

Hay cansancio entre los manifestantes tras meses de movilizaciones, de acampadas y de reuniones, pero aseguran que ni la represión ni el agotamiento los hará retroceder. Los pasos que desde entonces ha dado el movimiento estudiantil de Chile se siguen de cerca. Las manifestaciones se han suspendido, pero las elecciones de la directiva de esta federación estudiantil, con sede en la calle Periodista José Carrasco Tapia, en el centro de la capital, en la que participaron casi 6 mil estudiantes, captaron la atención de decenas de medios locales y extranjeros. El conteo de los votos de las jornadas electorales realizadas el 5 y 6 de diciembre pasado concluyó en la madrugada del 7 y ahí estaba la prensa, a la espera de los resultados. Periodistas de medios impresos, radios y de televisoras, como la cadena CNN en español, con sus equipos de transmisión satélite, esperando desde la noche anterior. Aquel día Camila Vallejo, de la lista Izquierda Estudiantil y auspiciada por el Partido Comunista, perdió las elecciones a la presidencia de la FECH, que ganó Gabriel Boric, de la lista Creando Izquierda. Pero la carismática joven se quedó con la vicepresidencia debido a que obtuvo mayor votación individual. Por ella votó, por ejemplo, Alexis Matheus, de 19 años y estudiante de Derecho, porque cree que detrás suyo hay un proyecto político que puede derivar en cambios concretos. Una de las estudiantes de la misma facultad, que prefirió no identificarse, dijo que, al contrario, no es conveniente que los líderes se perpetúen en los cargos y que hacía falta un cambio. El nuevo presidente de la FECH, ante una sala llena de reporteros, recalcó que se sienten muy responsables del desafío que tienen en sus manos y celebró que la mesa directiva de la federación esté conformada prioritariamente con listas de izquierda. Reconoce que hay un desgaste en el movimiento y dice: “Debemos ser capaces de reinventarnos y pensar cómo las formas de movilización son funcionales a nuestros objetivos políticos. No nos sirve entrar a fetichizar los paros, las marchas, porque no son objetivos en sí mismos, solo son útiles si te ayudan para avanzar, sino hay que pensar en otras formas”. Para el próximo año, dicen Vallejo, Boric y otros líderes, el movimiento buscará conectarse con otros sectores sociales para articular demandas de sindicatos, ambientalistas, comunidades indígenas, y fortalecer el movimiento para convocar a mucha más gente. Este no es un tema coyuntural, recalca el analista político Germán Correa y profesor de la Universidad Central. “No creo que sea un tema coyuntural ni mucho menos. “Es un proceso que está comenzando con el modelo educacional chileno, pero que va a seguir con otros aspectos que caracterizan el modelo chileno que se instauró en la época de la dictadura”. En los gobiernos de la concertación de partidos por la democracia que estuvo 20 años en el poder, de la que él fue parte, no se cambió “el modelo” establecido en la Constitución política, en sus aspectos sustanciales. Solo hubo modificaciones parciales. “Lo que pasa es que ese modelo en el aspecto económico social, político institucional está haciendo aguas claramente, y la educación es como la punta de lanza del cambio social que se está abriendo paso en este país”, recalca Correa. Esto en un Chile que muestra cifras de crecimiento sostenido, de estabilidad política y económica, aunque mantenga altos niveles de inequidad en la distribución de la riqueza. Es explicable que la educación sea esa punta de lanza, en un país como Chile, donde esta ha sido un elemento históricamente clave para el cambio social. El sistema educativo conocido como el estado docente, que garantizaba una educación casi gratuita, terminó cuando la dictadura eliminó el modelo y con ello los subsidios al sector, y disminuyó los fondos de las universidades públicas. Entró el capital privado a las universidades, que se han convertido, las leyes de mercado rigieron en un espacio donde hay carreras que, a mayor demanda, más cuestan. Además, municipalizó la educación primaria y secundaria, dejando a la suerte comunitaria la atención de este servicio público. A inicios de este mes, un informe de Unicef reveló que Chile es uno de los países con la educación más segregada del mundo. Por ejemplo, si bien hay acceso a créditos educativos, estos los maneja la banca privada a intereses comerciales, por lo que graduarse significa para muchos jóvenes hipotecar unos diez años de su vida laboral. El Congreso aprobó un mayor presupuesto para la educación, lo que ha sido cuestionado, pues –dicen analistas– no se trata de más plata sino de cambios del modelo. Una medida que genera dudas sobre la efectividad del movimiento estudiantil, cuyas demandas no han sido escuchadas en lo de fondo. En octubre surgió otra iniciativa ciudadana, también liderada por jóvenes: Ocupa Wall Street. Occupy Wall Street, en inglés, cumplió tres meses el sábado 17. Y desde hace un mes, Zuccotti Park, el parque privado que el movimiento ocupó para empezar la protesta, está cubierto por barricadas policiales. El grupo fue desalojado, pero si alguien pensó que eso sería suficiente para parar la manifestación, se equivocó. Occupy Wall Street (OWS), el movimiento neoyorquino que encendió la mecha de las protestas en Estados Unidos, ahora está disperso por Nueva York, pero trabajando más que en los dos meses que ocupó Zuccotti. OWS tiene la mira en las elecciones primarias de primavera, en las cuales empiezan a aparecer los candidatos presidenciales, senadores y gobernadores. Preparan una gran manifestación nacional y pulen sus áreas de acción. El movimiento no tiene líderes visibles. Aunque en el origen de OWS están el antropólogo David Graeber, activista graduado en Goldsmiths, y los editores de Adbusters, una revista canadiense dedicada al activismo político, que organizaron la toma de Zuccotti Park el 17 de septiembre, quienes están a cargo hoy de OWS no son ellos, sino líderes que han ido surgiendo en las mesas de trabajo. No hay un vocero oficial, la Asamblea General de Nueva York, que agrupa a todas las mesas de trabajo de la ciudad, se reúne casi todas las noches y durante el día hay cientos de grupos que, dispersos, coordinan actividades. En asambleas de estudiantes, por ejemplo, uno de los temas recurrentes son los créditos educativos a los que deben recurrir para financiar su educación superior. Terminan por ser impagables y se arrastran por décadas. Las mesas de trabajo no tienen un nombre concreto, pero las que reúnen a ciudadanos de orígenes diversos luchan por activar un sentido de participación ciudadana que en Estados Unidos no es recurrente. Quizá por eso es normal encontrar alrededor de una mesa a punkies, afroamericanos, judíos ortodoxos, ancianos, empresarios o estudiantes. Todos comparten el espacio, esperan su turno para hablar –aunque puede tardar horas en llegar– y, aunque no estén de acuerdo, escuchan a los demás. Las reuniones a veces son tensas. Hay debates que la sociedad arrastra, como el racismo, y es difícil cerrar heridas. Lisa Fith es una de las activistas que conducen ese tipo de conversaciones. Ella sabe que la tarea es compleja y que es difícil moderar las pasiones, los afectos. Aunque al terminar la sesión cada uno agarra su camino, a veces hay alguien que, presa de la tensión, rompe en llanto. Un llanto mezcla de frustración, por no llegar a soluciones, y alivio, por haber tenido el espacio para hablar. Otras mesas están más vinculadas a temas de vida contemporánea, como talleres para aprender a manejar la recaudación de impuestos. También hay espacio para el arte contemporáneo. El Comité de Arte y Cultura se encarga de organizar exposiciones al aire libre e, incluso, negociar la entrada de artistas en galerías privadas de Chelsea y Brooklyn. En Zuccotti Park se formó una comunidad tan heterogénea que costaba pensar que se mantendría junta luego del violento desalojo policial del 15 de noviembre, sobre todo porque durante esos dos meses no llegó a una idea concreta por la cual trabajar; hasta ahora no lo ha hecho, son varios los frentes abiertos, como las deudas del gobierno estadounidense con la sociedad. Barack Obama fue una inyección de esperanza, sus electores votaron por un cambio que no ocurrió. En su nueva plaza, ubicada en el edificio 60 de Wall Street, es común ver mesas de trabajo formadas por judíos con kipa, punkies, negros, ancianos, mendigos, empresarios, estudiantes, todos se escuchan, aunque no estén de acuerdo. Esperan su turno para hablar, así demore horas en llegar. Para unos es importante volver a ocupar Zuccotti Park, para otros es un peso que resta energías. Aunque el sistema en que funciona OWS es democrático, es claro que hay mesas donde se toman las decisiones más importantes. Eso ocurre en las asambleas de las universidades, por ejemplo. O en las reuniones de la Asamblea General de Nueva York, que trabaja en coordinación con las asambleas generales de los otros estados. En apenas tres meses hay resultados. En New Hampshire, uno de los estados más conservadores y llevados hacia el libre mercado, se vetó una ley que limitaba el acceso de los trabajadores a los sindicatos. En Nueva York, el gobernador Andrew Cuomo se negó a extender la exoneración del impuesto a los millonarios. Para Stuart Schrader, de la Asamblea de Estudiantes de NYU, estas acciones muestran cómo OWS tuvo influencia sin seguir el sistema de lobbies que se maneja en la toma de decisiones en EE.UU.. Pero no solo hay acciones a favor, el Senado aprobó el acta de Autorización de la Defensa Nacional que permite a los militares arrestar a los ciudadanos sin ningún cargo y retenerlos sin límite de tiempo. Eso ocurría ya, pero ahora está avalado por la ley.

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