Por Atilio A. Boron
¿Por qué Barack Obama querría reunirse con la Presidenta Cristina Fernández? Sobran las conjeturas, pero las escasas -y además crípticas- declaraciones procedentes de Washington remiten a una agenda conteniendo temas tales como la supuesta presencia de grupos terroristas iraníes operando en América Latina, y particularmente en la Argentina, y la excesiva labilidad de la legislación nacional con relación al lavado de dinero, lo que habría originado el bloqueo estadounidense a créditos otorgados por el BID y el Banco Mundial. En realidad, estos asuntos carecen de sustancia: lo de los iraníes es en parte la clásica paranoia de Washington y en parte una táctica para presionar a nuestros países y para aislar, satanizándolo, a Irán. Lo del lavado de dinero es otra acusación que carece de fundamento, sobre todo cuando quien la esgrime tiene a unos cien kilómetros de la Casa Blanca uno de los paraísos fiscales más importantes del mundo: el Estado de Delaware, que publicita por todos los medios que cualquier compañía que instale allí su casa matriz, aunque sea una diminuta oficina, estará eximida del pago de impuestos por todos los ingresos producidos por sus subsidiarias que desarrollen sus actividades fuera de los pequeños límites de este estado, sea dentro de los Estados Unidos o en el exterior. Por eso un sesenta por ciento de las 500 mayores transnacionales listadas en la revista Fortune tienen sus oficinas centrales en ese estado, que además se vanagloria de tener una legislación que “no pone límites a la usura”.
Dados estos antecedentes y teniendo siempre en cuenta que jamás se puede confiar en la mentirosa benevolencia del imperialismo y sus voceros (el que tenga dudas mejor que medite sobre lo ocurrido con Gadafi), la hipótesis que se perfila con más fuerza para comprender el sentido de la invitación de Obama diría que está motivada por el deseo de sabotear, por ahora diplomáticamente, el proyecto integracionista representado por la UNASUR y aislar a los gobiernos de izquierda de la región, principalmente a la Venezuela de Chávez. El Acuerdo del Pacífico, recientemente promovido por Estados Unidos y secundado por México y en Sudamérica por Colombia, Chile y Perú, equivale a introducir el Caballo de Troya dentro de la UNASUR. No es casual que la inesperada solicitud para reunirse durante la Cumbre del G-20 en Cannes haya llegado poco después de que la Presidenta pronunciara dos discursos enfáticamente ‘unasurianos’ el domingo por la noche luego de su rotunda victoria electoral. La enfermiza obsesión de Washington es acabar con el experimento bolivariano y apoderarse del petróleo de Venezuela, como ya lo hizo con el de Irak y Libia. Para los halcones estadounidenses -de los cuales Obama es su solícito mayordomo- la estrecha relación consolidada a lo largo de estos años entre la Argentina y Venezuela es un molesto obstáculo que debe ser removido cuanto antes. La estrategia para el 2012, año en que se celebrará la crucial elección presidencial en Venezuela, es llegar a ese momento con un Chávez debilitado por una intensa campaña desestabilizadora -¡que ya ha comenzado!- que incluye desabastecimientos selectivos de artículos de primera necesidad, asesinatos al voleo hechos por paramilitares colombianos infiltrados ilegalmente en el país o lúmpenes reclutados para instalar una sensación de absoluta inseguridad ciudadana, y la permanente gritería de la “prensa independiente” (en realidad, la única instancia organizativa que tiene la derecha habida cuenta de la debilidad de sus expresiones partidarias) denunciando supuestas restricciones a la libertad de prensa en un país en donde desde un periódico, una radio o una televisora se puede hacer la apología del magnicidio o incitar a la violencia con total impunidad. Dentro de esta estrategia global, apartar a la Argentina del proyecto integracionista sudamericano es un paso táctico de la mayor importancia. Avanzar hacia ese objetivo parecería ser el único sentido posible de la invitación hecha por el mandatario estadounidense
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