Atardecía el 17 de noviembre de 2005 cuando apareció de súbito, bajó del carro y estallaron en segundos los gritos de aquella muchachada: ¡Fidel, Fidel, Fidel! Le esperábamos hacía varias horas en las afueras del Aula Magna de la Universidad de La Habana. Algunos “clasificaron” para escucharle al interior de la sala; el resto hacíamos “olas” en la calle. Todos estábamos allí, era la oportunidad de la vida de abrazarle.
Intenté llegar lo más cerca que pude, pero fue una misión imposible. Solo le vi como a 20 metros, no más cerca. Eran mil manos extendidas, besos que volaban y Fidel, sonriente, fue reciprocando uno tras otros los mil saludos de ese pedacito de Cuba.
Aquel día de hace ocho años, en el que todavía era estudiante de Periodismo y andaba siempre soñando –no digo que ahora no lo haga– me di cuenta de que conocía a Fidel Castro de toda la vida, que los medios de comunicación me lo habían acercado tanto que no le pude estrechar la mano pero sentía su piel tersa y sus uñas aguileñas.
Los universitarios no paraban de corear: “Fidel, Fidel, que tiene Fidel, que los imperialistas no pueden con él. Fidel, Fidel que tiene Fidel…” Era el mismo de Birán, el Granma, la Sierra Maestra, la Crisis de Octubre y la ONU; el hombre sencillo que podía jugar básquet con un grupo de estudiantes o cambiarle un neumático al carro.
Caí en la cuenta de que muchos se ufanan en “desenterrar” los secretos de Fidel para hacerlos públicos y yo los tenía delante de mí: su humanismo, el primero de esos grandes secretos.
Por décadas lo han intentado satanizar con mil cuentos: que si quitaría la patria potestad, que si los comunistas comían niños, que si estaba entre los hombres más ricos del mundo, que si tal escándalo. Pero Fidel siempre se ha mantenido ahí, firme, sereno y hasta el día de hoy anda invicto. Qué cosas tiene Fidel que ni la naturaleza ha podido con él.
Fidel Castro cumple 87 años este 13 de agosto y, aún con esa ética proverbial con la que separó siempre al estadista hombre público de su vida privada, por estos días no podrá dejar de escuchar en la radio, ver en la televisión y leer en la prensa escrita o digital cómo el mundo festeja su cumpleaños y comparte sus secretos.
Hace algunas semanas leí una de sus frases que define otro de sus mil secretos: “Prefiero el viejo reloj, los viejos espejuelos, las viejas botas… y en política, todo lo nuevo”. Así de sencillo, ¿qué más se puede pedir? Un hombre fuera de liga.
Su hermano, el presidente Raúl Castro, nos da otras pistas: “Yo no he visto a nadie –y lo digo apoyándome en hechos concretos– que haya tenido una voluntad más grande mientras mayores son las dificultades”.
“Pretender medir la dimensión de Fidel es imposible”, nos confiesa Wilfredo Lam desde la solapa de Guerrillero del Tiempo, el libro de Katiuska Blanco donde el diálogo se convierte en dibujo de la personalidad y la vida del Comandante.
Cuenta Katiuska que ni aún en los momentos más difíciles de su vida, Fidel ha estado alejado de los libros y el trabajo. Recuerda la periodista que, apenas unos pocos días después de su operación en julio de 2006 –aún en convalecencia– la llamó y allá se fue ella a trabajar con él en la pequeña clínica donde estaba recluido.
Así es Fidel, el incansable que llegó a dormir no más de cuatro horas diarias y podía pronunciar kilométricos discursos y no perder el hilo de las palabras, y no solo decir mucho sino dar ideas y poner los cimientos para un sueño; porque eso sí tiene Fidel, es un gran soñador.
El propio Gabriel García Márquez lo define como el hombre que va al futuro y regresa todos los días para contarnos qué va a pasar. Gabo lo catapulta en una frase: “Una cosa sabe uno con seguridad: esté donde esté, como esté y con quién esté, Fidel Castro está allí para ganar”.
Por esos caminos anda uno descubriendo los secretos de este hombre y se encuentra que cientos de sus más cercanos amigos y confidentes ya lo han definido. Para el escritor Jean Paul Sartre, “Fidel piensa hablando, o más bien, vuelve a pensar todo lo que va a decir: lo sabe y sin embargo, lo improvisa. Para tener tiempo de ver claramente la relación de las ideas, repite lentamente las palabras, dándole a cada frase –el tiempo de un desarrollo particular– el mismo comienzo”.
Fidel Castro continúa al frente de la Revolución. Con 87 años sigue sorprendiendo con sus reflexiones y su guía. Este hombre, que es capaz de dedicar horas para conversar con uno o miles, a veces sonriente, íntimo, y otras grave y tenaz.
Durante la Crisis de Octubre, en medio de las tensiones de aquellos días, le escuché lleno de valentía hablarle con la verdad al pueblo: “Si este país demostrara temor al imperialismo nos tragarían completo. No se le puede dar, un tantico… hay que resistir. Todos somos uno en esta hora de peligro”.
Eusebio Leal confiesa que lo ha visto superar los límites de la fatiga para aplicarse a persuadir, convencer y modelar a discípulos capaces de continuar la obra. “Le he visto reír y conmoverse hasta el límite, y, en alguna que otra ocasión, esbozar un rictus de amargura ante la decepción de no haber logrado un objetivo. Sobre un hombre de similar estirpe hablamos. Otros requerirán títulos y conocimientos, pero él no los necesita. Basta decir: ¡Fidel!”.
Regreso a los días de la universidad, me lleno de aquellos sueños, de la avidez por los secretos de Fidel y encuentro en todas las palabras, los gritos y los cariños del pueblo, la definición de quién es verdaderamente: el hombre sencillo, humano, firme, sereno, invicto, ético, novedoso, incansable, soñador, líder, unido, sensible, trabajador… y mucho más que se escapa.
Pero falta, esperen, el ingrediente más importante y nos lo regala Conchita Fernández: “Si la lealtad tuviera nombre de persona, se llamaría Fidel, que es lo que quiere decir su nombre en latin: fidelis, o sea, fiel”.
(Tomado de Cubahora)
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