Hoy, el poder
colonial/imperial –la civilización- se ensaña contra la barbarie que, en su
delirio, ve representada en Evo Morales y Cecile
Kyenge; pero mañana podría hacer lo mismo contra cualquiera de nosotros.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Cecile Kyenge, ministra de Integración de Italia. |
Dos hechos de repercusión global han dejado al descubierto la obstinada
persistencia de la mentalidad colonialista, de los prejuicios culturales y del
odio racial entre lo peor de la clase política de la vieja y civilizada Europa: uno es el bloqueo
aéreo impuesto contra el presidente Evo Morales por parte de Francia, España,
Portugal e Italia, y que el mandatario boliviano interpretó como el castigo por
su pecado original de ser indígena y
antiimperialista. El otro hecho fue el infame episodio de racismo y xenofobia
protagonizado por varios políticos ultraderechistas italianos, quienes insultaron
a la ministra de Integración,
Cecile Kyenge, por su color de piel y su origen congoleño: un senador la
comparó con un orangután y dijo que Kyenge "hace bien en ser ministra,
pero lo debería hacer quizá en su país". Es el ego conquiro de Occidente que sigue viendo en el indio, la mujer
negra y extranjera, el objeto de sus apetitos de dominación física y simbólica.
Más allá de la miseria moral y cultural que evidencian los perpetradores
de estos actos, y que retrata la crisis de un sistema político –la democracia
representativa burguesa- que delega el ejercicio del poder en personajes de
esta calaña, los incidentes en que se vieron involucrados Evo y Kyenge arrojan
luz sobre lo que debería ser una prioridad en estos tiempos de crisis
civilizatoria: educar en y para la
diversidad. Algo que ya recomendaba el Informe Delors de 1996, presentado a la
UNESCO por la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI,
cuando definía así la doble misión que compete a la educación en esta centuria:
“enseñar la diversidad de la especie humana
y contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia
entre todos los seres humanos (…). El descubrimiento del otro pasa forzosamente
por el conocimiento de uno mismo”.
La diversidad, en sus múltiples expresiones y contextos, constituye el
rasgo distintivo de la condición humana: en efecto, construimos la experiencia
de la vida individual y colectiva a partir de lo diverso, del diálogo con los otros y las otras, de la puesta en
común de la riqueza de nuestras diferencias –inherentes a cada ser- que nos
permite conocernos y reconocernos como sujetos en el ejercicio pleno de
nuestros derechos humanos fundamentales. En este sentido, la diversidad está en
la génesis de las culturas y de las distintas formas de organización de la
sociedad, y la educación, desde una pedagogía
de la diversidad, puede cumplir una misión decisiva en la formación para
una convivencia más armoniosa y con menos violencia (física, psicológica,
simbólica) entre las personas.
No obstante, a lo largo de la historia de las sociedades modernas y
hasta nuestros días, la diversidad ha estado permanentemente amenazada, entre
otras cosas, por las empresas de conquista emprendidas por las grandes
potencias en todo el mundo; por las pretensiones de uniformidad y de homogeneización
cultural que operan sobre la mente y la espiritualidad del individuo y de los
pueblos; asimismo, la diversidad también se ha visto amenazada por proyectos
políticos que intentaron construir naciones y repúblicas a partir de ideologías
excluyentes, e inclusive de prácticas abiertas de exterminio y genocidio; por
sistemas económicos y formas de producción de riqueza que tuvieron como base la
esclavitud y la explotación del ser humano, y que actualmente generan profundas
desigualdades que impiden la realización de la persona y el disfrute de sus
derechos económicos, sociales y culturales. Paradójicamente, de la mano de la civilización –tal y como se ha llevado a
la práctica este concepto- también se atenta contra la diversidad al segregar a
personas y grupos humanos por razones de origen étnico, sexo, género y
orientación sexual, edad, estado de salud y condiciones especiales, relaciones
de poder/saber, credos religiosos y posiciones políticas, entre otras.
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