martes, 2 de agosto de 2011

El hambre tiene color, Antonio Peredo Leigue

En el cuerno de África hay 11,5 millones de personas que necesitan atención urgente: 3,7 millones en Somalia, 4,5 millones en Etiopía, 2,4 millones en Kenia, 150 mil en Yibuti y, potencialmente, muchas más en Eritrea. Ese es el desolador informe de la encargada de Naciones Unidas para atender esa hambruna.
Darles un bocado de comida para que, solamente no mueran de hambre los que sobreviven, requiere 1.900 millones de dólares. Ni siquiera 900 se ha conseguido, en un mundo que imprime billetes para entregarlos a los bancos como, por ejemplo, la segunda cuota entregada al gobierno de Grecia que alcanza a 190 mil millones de euros.

Por supuesto que es así, porque el hambre de los negros africanos tiene menos importancia que mantener la opulencia y el derroche de la Unión Europea. Claro que es así, porque quienes tuvieron la desgracia de nacer en el Cuerno de África pueden morirse de hambre, aunque hayan caminado dos meses para llegar a un campamento que no puede auxiliarlos. Están condenados a morir de hambre, porque los dueños de los alimentos cuidan mucho sus reservas que suman más de 150 millones de toneladas y ellos, los pobres africanos, no necesitan nada más que un kilo, medio kilo o talvez menos, de arroz, maíz, sorgo o cualquier cosa que llene el estómago.

El mundo opulento, el mundo de Cameron y Sarkozy, de la señora Merkel y Berlusconi o bien del presidente norteamericano que lucha a brazo partido para endeudar más aún a su gobierno, derrocha matando de hambre a los hombres y las mujeres, a los niños y los ancianos de los países empobrecidos.
Cuando, en estos países, se desarrolla alguna posibilidad de progreso, Washington inventa alguna farsa para iniciarle la guerra.
Lo hizo en Vietnam, en Afganistán y en Irak. Lo está haciendo en Libia y quiere hacerlo en Irán.
El hambre que tiene la piel de color, el hambre que no es blanca y sajona, no tiene importancia y puede esperar.
Por ejemplo: el 2 de agosto, Barack Obama debe estar en condiciones de aumentar la deuda estadounidense por encima de 14 billones de dólares, algo así como el total de su producto interno bruto, para que el derroche continúe. El 2 de agosto, sin que sea noticia, morirán muchos miles de negros que habitan el Cuerno de África porque, según la encargada de la ONU, hasta ahora hay decenas de miles de personas muertas y cientos de miles de personas que pueden estar muriendo de hambre en este mismo momento. El 2 de agosto, en el mundo cerca de 1.500 millones de personas no comerán, pero ese no es un dato relevante. El 2 de agosto, cientos de miles de niños morirán por enfermedades respiratorias e intestinales, fácilmente curables, pero la noticia será que el Congreso norteamericano autorizó al presidente el aumento en el techo de endeudamiento de ese país.

Una mujer, con sus seis hijos, salió hace dos meses caminando de Somalia rumbo a Kenia, donde está instalado el campamento de Naciones Unidas.
En el camino fueron muriendo de hambre cada uno de sus hijos.
Llegó sola al campamento y todavía, después de una semana, no ha recibido alimentos.


Esto sucede en el Cuerno de África. ¿Saben que allí, en esa tierra, gobernó la mítica Reina de Saba, cuyo país era codiciado por sus riquezas?, ¿saben que Eritrea, allí donde aún no se sabe cuántas personas han muerto de hambre, fue una provincia próspera, antes de verse envuelta en una cadena interminable de guerras civiles?, ¿conocen lo que ocurre en Somalia, donde bandas armadas se apoderan de los alimentos que llegan como donación?, ¿leyeron la historia de Etiopía que era un reino de grandes leyendas y ahora es un país de hambre y miseria?
La humanidad ha avanzado tecnológicamente: millones y millones de personas se comunican por Internet, pueden divertirse con cine tridimensional, comen hamburguesas hasta el hartazgo y saborean chocolates suizos como postre. La obesidad preocupa a los médicos en el mundo enriquecido y derrochador.

Pero ¿cuánto hemos retrocedido para mantener esos avances y ese desprecio por los demás?, ¿cómo podemos enviar a nuestros soldados al Congo y a Haití para custodiar los grandes capitales y no entregamos nuestra solidaridad con esas víctimas?

Podemos estar felices por vivir en otro país, en un país diferente a aquellos pobres hermanos del Cuerno de África. Pero, ¿será que estamos realmente mejor? Sabemos que hay gente hambrienta en toda Nuestra América, pero no nos preocupamos. Conocemos que miles de niños mueren en su primer año de vida, pero no nos impacta el hecho. Las estadísticas nos dicen que las enfermedades más simples son una sentencia de muerte para otros tantos niños y niñas, aunque para nosotros sólo es estadística.


Tenemos que cambiar este mundo y debemos hacerlo ahora.

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