viernes, 13 de septiembre de 2013

Los norteamericanos no creen versión oficial del 11-S

La iniciativa Rethink 9/11, que sopesa una ‘teoría de la conspiración interna’ de la destrucción del World Trade Center en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, exige investigar la caída de las torres en el 12º aniversario de la tragedia.
Unos 2.000 especialistas de la organización Ingenieros y Arquitectos por la verdad del 11-S’ ponen en duda la versión oficial de la caída de las tres torres, la primera y la segunda, atravesadas por aviones que fueron secuestrados por los terroristas, y en particular la tercera, que se derrumbó unas cinco horas después de las dos primeras. La petición para exigir una nueva investigación ya ha sido firmada por más de 7.000 personas.
Los iniciadores de la nueva investigación sostienen que la séptima torre del complejo —el edificio de 47 plantas con estructuras de hormigón armado— no podría derrumbarse fácilmente. Los expertos, que encontraron en la Zona Cero los elementos explosivos, creen que la destrucción del rascacielos fue el resultado de una explosión controlada.
“La destrucción de la séptima torre parece el resultado de una explosión controlada. Esta tecnología requiere una preparación durante semanas y solo puede ser implementada según un escenario planeado de antemano”, aseguró el video publicado por la organización.
Esta iniciativa no es el primer intento de proporcionar un punto de vista alternativo sobre los acontecimientos del 11-S. Una investigación del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, que duró tres años, concluyó que el colapso del edificio fue causado por los incendios descontrolados que comenzaron después de la caída de la Torre Norte. Y la presencia de las “sustancias térmicas” en el polvo se explicó diciendo que se trataba simplemente de componente de imprimación para pintar las paredes.
Una encuesta realizada la víspera del 12º aniversario del ataque terrorista por la empresa YouGov mostró que en Estados Unidos el 46% de la población no sabe que el 11 de septiembre de 2001, además de las Torres Gemelas, fue destruido un rascacielos más. Una de cada diez personas no cree en los resultados de la investigación oficial y el 38% duda que el Gobierno haya revelado la verdad sobre los acontecimientos del 11-S.
Los atentados terroristas dejaron casi 3.000 muertos, incluidos los caídos en el ataque contra el edificio del Pentágono a las afueras de Washington, y los muertos en el accidente de otro avión secuestrado que se estrelló en el campo de Shanksville (Pensilvania).

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Carta de Fidel Castro a Salvador Allende (29 de julio de 1973)



Habana, julio 29 de 1973. Querido Salvador:
Con el pretexto de discutir contigo cuestiones referentes a la reunión de países no alineados, Carlos y Piñeiro realizan un viaje a ésa. El objetivo real es informarse contigo sobre la situación y ofrecerte como siempre nuestra disposición a cooperar frente a las dificultades y peligros que obstaculizan y amenazan el proceso. La estancia de ellos será muy breve por cuanto tienen aquí muchas obligaciones pendientes y, no sin sacrificio de sus trabajos, decidimos que hicieran el viaje.
Veo que están ahora en la delicada cuestión del diálogo con la D.C. en medio de acontecimientos graves como el brutal asesinato de tu edecán naval y la nueva huelga de los dueños de camiones. Imagino por ello la gran tensión existente y tus deseos de ganar tiempo, mejorar la correlación de fuerzas para caso de que estalle la lucha y, de ser posible, hallar un cauce que permita seguir adelante el proceso revolucionario sin contienda civil, a la vez que salvar tu responsabilidad histórica por lo que pueda ocurrir. Estos son propósitos loables.
Pero en caso de que la otra parte, cuyas intenciones reales no estamos en condiciones de valorar desde aquí, se empeñase en una política pérfida e irresponsable exigiendo un precio imposible de pagar por la Unidad Popular y la Revolución, lo cual es, incluso, bastante probable, no olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso el destino de Chile. El enemigo debe saber que está apercibida y lista para entrar en acción. Su fuerza y su combatividad pueden inclinar la balanza en la capital a tu favor aun cuando otras circunstancias sean desfavorables.

Tu decisión de defender el proceso con firmeza y con honor hasta el precio de tu propia vida, que todos te saben capaz de cumplir, arrastrarán a tu lado todas las fuerzas capaces de combatir y todos los hombres y mujeres dignos de Chile. Tu valor, tu serenidad y tu audacia en esta hora histórica de tu patria y, sobre todo, tu jefatura firme, resuelta y heroicamente ejercida constituyen la clave de la situación.
Hazle saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos.

Te reitero el cariño y la ilimitada confianza de nuestro pueblo.
Fraternalmente,
Fidel Castro.

A 40 años, EU aún no reconoce que ayudó a orquestar el golpe en Chile: investigador



David Brooks
Corresponsal
Nueva York, 10 de septiembre.
Mientras todos aquí se preparan para el aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 –con las tradicionales columnas de luz que suben al infinito desde donde estaban las Torres Gemelas y los ensayados programas oficiales– el otro 11 de septiembre, el golpe de Estado en Chile que hoy cumple 40 años, casi no existe en este país, cuyo gobierno participó directamente en el derrocamiento de un gobierno democrático.
Henry Kissinger, asesor de Seguridad Nacional del entonces presidente Richard Nixon, comentó al ser electo Salvador Allende: no veo por qué quedarnos quietos y observar a un país volverse comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo. Los asuntos son demasiado importantes como para dejar que los votantes chilenos decidan por sí mismos.
Dicho y hecho. Washington fomentó, apoyó y colaboró en los eventos sangrientos –asesinatos, tortura, desapariciones– que marcaron el régimen de la junta militar de Augusto Pinochet a lo largo de sus 17 años en el poder. Según documentos oficiales desclasificados por la organización de investigaciones National Security Archive, se comprueba el papel de Washington durante el gobierno de Nixon. Por ejemplo, en 1970, el subdirector de la CIA para planeación escribió: “es política firme y continua que Allende sea derrocado por un golpe… Es imperativo que estas acciones sean implementadas de manera clandestina y segura para que la mano del gobierno de Estados Unidos… quede bien oculta”. (Los documentos desclasificados sobre Chile).
La participación estadunidense y su responsabilidad siguen impunes hasta hoy.
Pero el histórico arresto de Pinochet en Gran Bretaña en 1998 por órdenes de un juez español en respuesta a demandas de víctimas de la dictadura marcó un parte aguas en la evolución de la jurisdicción universal en casos de derechos humanos que no deja de asustar, y a veces hasta hace temblar, a figuras políticas, incluidos estadunidenses, que gozan de impunidad por su participación y complicidad en actos considerados crímenes de lesa humanidad.
Los ecos de esto, y la insistencia de justicia de las víctimas, se siguen escuchando en Estados Unidos, afirman abogados, investigadores y activistas que aún exigen un rendimiento de cuentas y que se reunieron en Nueva York el lunes para recordar el aniversario del otro 11-S.
El juez Baltazar Garzón y su contraparte chilena Juan Guzmán, así como los abogados Joan Garcés y sir Geoffrey Bindman, recordaron en un foro el proceso que encabezaron para perseguir y arrestar a Pinochet, donde enfatizaron que fue la labor incansable de las víctimas por obtener justicia lo que impulsó este caso contra Pinochet.
Garcés resaltó que “Pinochet era criatura de la guerra fría entre los grandes poderes”, pero al concluir ésta, se abrió la posibilidad de promover la jurisdicción universal en el ámbito internacional.
Garzón subrayó que el artífice de este esfuerzo contra Pinochet fue Garcés, quien había pasado el último día con Allende y salió con un encargo, y pienso que lo ha cumplido en cuanto a proceder contra la impunidad de los golpistas.
Garzón cuenta que él llevaba los casos sobre Argentina cuando Garcés le avisa en octubre de 1998 que Pinochet se encontraba en Londres, y que aunque lo de Chile no le correspondía, sino a otro colega, procedieron al ser avisados de que el ex dictador podría irse. Recuerda que fue la tarde de un viernes, en momentos en que ya no había nadie en las oficinas más que una asistente, cuando se elaboró rápidamente una orden de aprehensión y la emitió. “Después me fui a Andalucía, a una fiesta popular… Fui a la plaza de toros para ver a mi torero favorito... cuando me informan que llegaron con la orden de aprehensión y a las 10 de la noche me avisan que Pinochet estaba bajo arresto”. Durante los siguientes días redactaron documentos con 105 casos más.
En Londres, Bindman, quien representaba a Amnistía Internacional, relató cómo el debate giró sobre la inmunidad de un jefe de Estado y si eso podía sostenerse ante cargos de tortura. La continua fiscalización de Pinochet también fue posible por la revelación de documentos oficiales secretos obtenidos al ser desclasificados, algo que continúa siendo clave en los casos contra los regímenes de las dictaduras en Chile, Argentina y más que se llevan a cabo hoy día.
Kissinger, el responsable de todo
Peter Kornbluh, director del proyecto de documentación sobre Chile del National Security Archive, y autor de Pinochet: Los Archivos Secretos, dijo a La Jornada que a 40 años del golpe aún falta que Estados Unidos, como país, repare plenamente su papel en el golpe, que el gobierno ofrezca algún reconocimiento de que ayudó a orquestar un golpe y apoyar una dictadura. Agregó que en particular hay una persona que ante todo tiene que responsabilizarse de todo esto: Henry Kissinger.
Indicó que aquí se tienen que resolver ciertos casos pendientes como parte del rendimiento de cuentas de Estados Unidos. Entre estos, indicó que el ex oficial militar chileno Pedro Barrientos, uno de los hombres formalmente acusados en Chile de asesinar a Víctor Jara, reside desde hace 20 años, en Estados Unidos y ahora es ciudadano, y que el gobierno de Estados Unidos debería entregarlo a las autoridades chilenas, ya que cada vez hay más pruebas de que Estados Unidos está albergando a un asesino.
Joan Jara, la viuda de Víctor, que también participó en el foro aquí, interpuso una demanda civil a finales de 2012 contra Barrientos en un tribunal en Florida de acuerdo con leyes que permiten que jueces aquí escuchen pruebas sobre abusos contra los derechos humanos cometidos en otros países.
Otro caso es el de la ejecución de los estadunidenses Charles Horman y Frank Teruggi por agentes de la dictadura poco después del golpe, según documentos desclasificados, con el apoyo de algunos oficiales de Estados Unidos. El caso –tema de la película Missing, de Costa Gavras– tomó un giro sorpresivo en noviembre de 2011 cuando un juez chileno acusó formalmente, entre otros, al ex jefe del grupo militar de Estados Unidos en Chile, capitán Ray Davis, por estos asesinatos, y en 2012 la Suprema Corte de Chile emitió una solicitud de extradición a las autoridades estadunidenses.

El Legado de Allende y los Héroes Antiterroristas

La dignidad ejemplar de Salvador Allende subyace en la firme conducta de los cinco héroes de la República que enfrentaron, como aquél, el fascismo y el terror...
Frank Agüero Gómez
 Salvador Allende. 40años de su muerte

Creía en la democracia y en el derecho de los pueblos a conquistar la dignidad humana por vías electorales.

No era antimilitarista, sino revolucionario socialista, marxista, convencido de que se podían repartir equitativamente el pan, la educación, el derecho al trabajo o la salud si se ponía fin a la esclavitud que los monopolios y la explotación ejercían sobre hombres, mujeres y niños.

Como médico había servido a su pueblo. Salvador Allende sabía que la raza humana era una sola y sentía como un deber ayudar al prójimo, más allá de su entorno geográfico.

 Veneraba el amor y la amistad leal tanto como repudiaba la insensibilidad y la traición.

Los hechos que sucedían en su querida patria, prácticamente desde que fue proclamado presidente tres años antes, presagiaban duros enfrentamientos con los adversarios de la democracia popular.

Pese al apoyo creciente de las mayorías beneficiadas con el programa del gobierno de la Unidad Popular que encabezaba, no se podía negar la activa oposición política de la derecha derrotada, orientada por los burgueses y grupos de poder mediáticos.

No faltaban los asesinatos para inducir el golpe militar, como tampoco el sabotaje económico, el bloqueo financiero externo, la subversión ideológica o las continuas conspiraciones en el seno de las fuerzas armadas.

No se ocultaba el avieso rol del gobierno de Estados Unidos contra la administración de Allende, ejecutado bajo el patrocinio experto del secretario de Estado Henry Kissinger.

A ello se sumaba la perniciosa desunión en las filas de la izquierda revolucionaria, coincidente ideológicamente con Allende, pero no siempre satisfecha con el ritmo del programa transformador ni con la visión estratégica previsible para parar un inevitable golpe de Estado que se veía venir desde meses antes.

Su amigo y admirador, el Comandante Fidel Castro, lo había advertido en innumerables ocasiones durante su larga visita al país austral en noviembre-diciembre de 1971. Le aconsejó sinceramente a todas las partes la unidad y evitar el revolucionarismo que algunos le exigían a un presidente acosado por sus enemigos, cuando ya el fascismo levantaba cabeza con el pretexto del desabastecimiento y la socorrida campaña de la intromisión cubano-soviética.

No pocos simpatizantes del jefe de la Revolución, aun con el respeto que su figura histórica despertaba, pensaron que exageraba en aquel discurso en el estadio nacional de Santiago, durante la masiva despedida, cuando alertaba francamente que la desunión fortalecía a la derecha fascista, empeñada en ganar las capas medias y los sectores de población menos conscientes, cosas que había visto durante su recorrido por el país.

Si lograban alcanzar el poder, ya sabría la reacción termidoriana acabar con todo lo que oliera a progreso y hacer pagar bien caro la odisea revolucionaria, les advertía Fidel.

En el mismo escenario, Salvador Allende repetía su convicción en que las fuerzas de la derecha no se atreverían al golpe de Estado, y que en caso de llegar a ese extremo, solo lo sacarían de La Moneda sin vida, cumpliría hasta el final su obligación como presidente constitucionalmente elegido por el pueblo.

Creía firmemente que era posible sostener la democracia popular por la que tanto había luchado en su larga vida política, y consecuente con ese criterio, la defendió hasta la última bala con las armas que disponía, junto a un puñado de fieles colaboradores

Aquel martes 11 de septiembre de 1973 fue el epílogo de las duras y difíciles jornadas de represión y terror que costaron la vida y el exilio a miles de patriotas chilenos, muchos radicados definitivamente en países que los acogieron durante veinticuatro años de dictadura pinochetista.

Su ejemplo, sin precedente hasta entonces, trazó pautas de dignidad y honor en la conducción de un proceso revolucionario conquistado por la voluntad popular  en las urnas, y dejó enseñanzas que perduran en la ética cívica de los movimientos políticos antiimperialistas que reivindican la soberanía y la justicia social en nuestro continente.

HÉROES DE VERDAD, NO DE PELÍCULAS

Cuando Salvador Allende disparaba su fusil desde el asediado Palacio de La Moneda no podría ni siquiera imaginar que en las escuelas cubanas ya estudiaban generaciones de cubanos capaces de imitar su ejemplo, años después, sin armas de fuego, pero con la misma convicción en la justeza de sus ideas.

Esta vez en la sede de las oficinas del FBI en La Florida, bajo el comando del jefe de ese cuerpo, Héctor Pesquera, se reunieron en la madrugada del 12 de septiembre de 1998 alrededor de 200 efectivos entre policías del Estado, agentes del FBI y del SWAT usando uniformes y botas negras, algunos con máscaras antigás, para irrumpir minutos después en diferentes sitios con el propósito de llevar a cabo una operación contra personas desarmadas, como no se recuerda en esa ciudad.

Solo faltaban los tanques, que junto a la aviación hicieron fuego contra La Moneda, aunque para más similitudes, helicópteros con potentes luces penetraron en las casas miamenses señaladas como objetivos.

Ya en el Centro de Detención Federal, adonde fueron conducidos y separados en celdas, si Gerardo Hernández, René González, Ramón Labañino, Tony Rodríguez o Fernando Gonzáles hubieran aceptado declararse como espías al servicio de un país extranjero, luego de ser advertidos de que en ese caso podían ser condenados suavemente e incluidos en un programa de protección de testigos, otro destino habrían tenido y no el de las desproporcionadas e injustas sanciones que recibieron del tribunal.

Los jóvenes cubanos prefirieron soportar los rigores de la prisión y el dolor tremendo de convertirse en memorias para sus familiares, compañeros y amigos, antes que flaquear frente al adversario y traicionar a su patria.

Puesto en una coyuntura, en parte similar, Salvador Allende renunció a la oferta final de claudicación que recibió del jefe de los golpistas, aún sin saber, pero presintiéndolo, que el avión que le ofrecían para viajar al exterior sería ametrallado en pleno vuelo.

Así son los héroes reales, no los de películas de ficción, estos últimos representados no pocas veces en la pantalla sobre una montaña de cadáveres de supuestos enemigos.

La firmeza de principios y el valor heredados de una historia que reencarna en los Cinco patriotas cubanos luchadores contra el terrorismo se sustentan, por supuesto, en las convicciones ideológicas de saberse combatientes por la defensa de su patria contra el terrorismo anticubano que hizo de Miami su sede principal, y del compromiso personal para evitar en lo posible el crecimiento de un martirologio que segó la vida de más de tres mil cubanos en poco más de cuatro décadas.

Por ello, no es de extrañar que 15 años después de injusto encarcelamiento, de torturas sicológicas y absurdas prohibiciones a sus derechos como ser humano, Gerardo Hernández Nordelo, sobre quien pesa la sentencia de vivir dos veces para morir en prisión perpetua, aún se lamente de no tener más vidas para entregarlas a su querida patria.