Jorge Gómez Barata
Con la objetividad del científico y la honestidad intelectual que lo caracterizó, Carlos Marx no escatimó en ponderar los aportes al desarrollo del capitalismo y la burguesía, su clase dirigente.
Quien lo dude puede hojear el Manifiesto Comunista. Para ser más enfático, en su obra cumbre, El Capital, este pensador demuestra que la mercancía es la célula económica del capitalismo.
Nadie ha atribuido un papel más decisivo al mercado. No obstante, Marx compara a la formación social capitalista, integrada por: el liberalismo económico, la democracia política y el régimen republicano con un brujo que resulta impotente para dominar los espíritus que él mismo conjuró. Sus crisis cíclicas - afirma - se desatan por la epidemia de la superproducción que ocurren cuando: “…La sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio…”
Al descubrir estas particularidades que no son fruto de elucubraciones filosóficas sino datos de la realidad, Marx se percata de que la propiedad privada y la libre concurrencia, sin control alguno, dan lugar a circunstancias en las cuales al Estado le resulta imposible contener la codicia que dio lugar al capitalismo salvaje, primero y luego, aunque sofisticado, anárquico.
En un período de apenas cien años, Estados Unidos no sólo se convirtió en la primera entidad económica, militar y política del planeta, sino que devino paradigma del capitalismo, capaz de cautivar al mundo con el estilo de vida americano que tiene como centro, símbolo y gonfalón al automóvil. Precisamente la rama productiva más emblemática del potencial económico, la inventiva y la capacidad de consumo de los Estados Unidos ha entrado en crisis por la irracionalidad que ella misma representa. No siempre fue así. Henry Ford En 1908, Henry Ford puso en venta su modelo T, el auto más famoso de todos los tiempos que, con el mismo modelo, sin apenas innovaciones y sin aumentar significativamente su precio estuvo en el mercado durante 17 años.
El modelo T inaugural se vendió en 850 dólares, que en 1927 había bajado hasta menos de 300. En ese período se fabricaron más 15 millones de ellos, cifra que, en 1927 constituía el 56 por ciento de la producción mundial de coches. En 1915, de cada dos autos que circulaban en el mundo, uno era un Ford T. Durante aquel largo período, a pesar de lo intenso de la competencia, Ford se negó a introducir innovaciones accesorias al modelo T, precisamente para evitar el aumento en sus costos de producción y naturalmente en el precio de venta.
En 1922 General Motor fundó el styling Studio, entidad encargada de diseñar el exterior del automóvil, imponiéndose la idea de convertir en moda la apariencia del auto, inspiración que introdujo la práctica de cambiar los modelos cada año, cosa que supone enormes gastos en investigaciones y diseños, constantes y costosos cambios tecnológicos en la industria y obliga a desechar millones de toneladas de componentes, accesorios y vehículos no vendidos.
Por sus costos de producción, sus cualidades mecánicas e incluso por su apariencia, a lo que se suma el mejoramiento de las vías, los combustibles y la racionalidad que supone el uso privado, los automóviles son máquinas fabricadas para durar décadas. Con recambios asegurados y razonablemente mantenido un auto puede funcionar correctamente durante más de veinte años. De hecho la tenencia promedio es de 15 años en Europa y menos de 5 en los Estados Unidos donde la mitad de los propietarios lo utilizan apenas por tres años. La propuestas de una moratoria en la fabricación de coches que parece una herejía en la economía liberal de los Estados Unidos, no sería una novedad, ya existió en los años cuarenta cuando obligada por la guerra, la economía norteamericana dio la espalda a lo superfluo y entre 1940 y 1945 apenas construyó automóviles.
Aunque el hecho de que uno de cada seis empleos en los Estados Unidos este relacionado con la industria automotriz confiere a la crisis en ese frente un dramatismo difícil de subestimar, obviamente el remedio no radica en otorgar dinero a un sector afectado por defectos estructurales que convierten su desempeño en virtualmente absurdo. De haberse impuesto la mentalidad racional y ahorrativa que caracterizó al burgués original y acompañó al capitalismo en sus mejores momentos, de la cual Henry Ford fue un exponente, el progreso no se hubiera detenido, la historia sería otra y Estados Unidos no andaría a pie.
De lo que en realidad se trata es de que quienes auspician la práctica del liberalismo económico a todo trance, prefieren una economía desregulada y un Estado eunuco, decidan si: son o no son.
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